El coronavirus llegó a nuestras vidas a paralizarlo todo, rompió de un momento a otro con el concepto que teníamos de normalidad y nos obligó a adaptarnos rápidamente a las medidas de prevención instauradas alrededor del mundo. Además de las consecuencias que vemos a diario en los medios de comunicación, hay un fenómeno que no es tan discutido: su impacto en la fe

En la cultura popular, muchas de las bromas giran en torno de la muerte. Existe una infinidad de memes, series, películas, etc. donde se utiliza muy a la ligera el “mátame”, “end me, kill me now”, y demás frases parecidas. Pero por más que nos sintamos familiarizados con la idea de morir, eso de lo que tanto nos burlamos es el centro de nuestro miedo más grande. Heidegger lleva esta idea un paso más y argumenta que, en realidad, no tenemos problemas terrenales, sino que los creamos para desviar nuestra atención de lo único que no podemos resolver: la muerte. Esta, sin embargo, es vital para que tengamos una vida plena; nos motiva a no desperdiciar el tiempo que tenemos #YOLO.

Ahora, ¿qué es la fe? Pues la fe es un rasgo vital del ser humano y no tiene que estar relacionado necesariamente con la religión. En realidad, tenemos dos tipos de fe: la religiosa y la no religiosa. La primera está asociada con un dios y las doctrinas religiosas, mientras que la segunda es entendida como confianza. Ambas pueden ser tanto de carácter racional como irracional. La fe racional parte de las experiencias, pone en tela de juicio a las autoridades y es clave en el desarrollo del pensamiento crítico. Por otro lado, la fe irracional nace cuando creemos ciegamente en algo (no necesariamente religioso) y dejamos todos nuestros cuestionamientos de lado perdiendo nuestra capacidad de crítica. La fe religiosa racional sería una que parta de hechos que le han sucedido y tras una cantidad de experiencias decide seguir alguna doctrina pero mantiene el cuestionamiento hacia las autoridades. En el caso de fe no religiosa irracional la creencia en la autoridad no es cuestionada, se ponen las manos al fuego por algo que no has experimentado. Un caso común es el de seguir a un dictador.

Un virus que nos ha puesto cara a cara con la muerte es preciso para el surgimiento de la fe. A nivel mundial, hay más de 5 millones de infectados y casi 400 mil muertos. Además, de la tasa de recuperados, se están viendo secuelas que aún siguen en estudio. Elisenda Ardèvol, doctora en Antropología e investigadora de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), nos explica que, en casos de crisis, la fe es muy útil en el aspecto social y psicológico, componentes igual de necesarios que el médico para controlar esta pandemia. Sumado al enfrentamiento con la muerte, tenemos la falta de control: se estima que un 80% de los infectados es asintomático, pero no podemos tener la completa certeza de que pertenecemos a este grupo por más que no presentemos afecciones previas. Francesc Núñez, doctor en Sociología e investigador de la UOC, nos explica que la fe nos sirve como plan de contingencia ante eventos que escapan de nuestras manos, ya que el azar o el accidente es lo que como sociedad más detestamos. Esto se da por la fuerte presión que hay sobre nosotros para mantener el control de nuestra vida y lograr el éxito; buscamos constantemente asegurarnos de que los planes que teníamos se cumplan por lo que un evento disruptor de esta magnitud nos obliga a buscar fuentes de certeza.

En la práctica… ¿cómo vemos la fe?

Sí y no. Esto ha dependido del miedo a lo desconocido de cada individuo y la perdurabilidad en el tiempo de la situación. Al inicio de la pandemia, todo era tan reciente que se veía de manera clara la fe tanto de manera religiosa como no religiosa. Por ejemplo, la fe en el personal médico, policías, Gobierno, etc. Algunos nos pusimos en manos de los expertos y confiamos en que nos ayudarían a controlar la pandemia. Otros optamos por el camino de la religión y confiamos en la energía de la oración y las doctrinas. Esto lo manifestamos aplaudiendo a las 8 p.m., estando atentos a las declaraciones del presidente o mirando la transmisión de la oración del Papa Francisco al crucifijo de la iglesia de San Marcello (que se cree culminó con la “Gran Peste”).

Conforme ha pasado el tiempo, hemos ido acostumbrándonos, y lo que era desconocido dejó de serlo, traduciéndose en una reducción en los aplausos, en dejar de conectarnos al mediodía o dejar de rezar con la frecuencia con que lo hacíamos. La fe sigue ahí, pero la reacción ferviente que se esperaba ha ido disminuyendo. Esto es propio de que sea una fe racional: hemos empezado a cuestionar las medidas tomadas y dejamos de poner todo en manos de algo o alguien más para tomar un poco de responsabilidad, informarnos y protegernos de la manera que mejor podamos.

La covid-19 ha sido una fuerte influencia en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. La fe no podía dejar de verse afectada por esto. El enfrentamiento a la muerte, la incertidumbre y el azar comprendidos dentro del contexto actual nos han llevado a confiar o creer en algo o alguien que nos ayude a reducir nuestras dudas. Este refugio en la fe es necesario e inherente al ser humano sea que lo manifestemos de manera religiosa o no. ¿Ustedes han sentido algún cambio en su fe? ¿Es religiosa o no religiosa? ¿Es racional o irracional? Tal vez luego de leer esto puedan descubrirlo.

Edición: Paolo Pró