Si piensas que el confinamiento es igual a aburrimiento y que los próximos quince días la ansiedad de pensar que viene con yapa vas a seguir viviendo el mismo ciclo tedioso de la rutina, probablemente estés en lo cierto. Pero quizá después de descubrir lo bello que puedes llegar a ser en tu faceta más ordinaria posible -imagínate lavando ropa, sirviendo la cena, descansando en el campo- quizá te detengas un momento a contemplarte como posible obra de arte para algún pintor. 

Una vez más nos encontramos en medio de esta tempestad, y a casi un mes y medio de cumplir nuestro primer aniversario junto al COVID 19, nos hemos adaptado al cambio y hemos intentado aprovechar nuestros días con nuevos quehaceres que reemplazan las salidas con amigos, idas al cine o teatro, etc. Claro que este panorama le pertenece al mínimo porcentaje de la población teniendo en cuenta la crítica situación económica en nuestro país; pero quizá sea este tema objeto de un próximo artículo. 

Por lo pronto, aquí pensaremos un poco sobre cómo somos día a día ante la mirada de los artistas de pintura de género -o costumbrista, en el noble ejercicio de solo existir. Aquella es un tipo de representación que busca al hombre dentro de escenas cotidianas tanto en interiores como en exteriores, las cuales asiduamente consideramos marginales, pero que para la base de la experiencia estética resulta agradable y digno de celebrar. 

Niños comiendo uvas y melones. (1650), Bartolomé Esteban Murillo. Óleo sobre lienzo, 145,9 x 103,6 cm. Pinacoteca Antigua de Múnich.

¿De dónde viene?

Aunque es más reconocida por el interior holandés del pintor barroco Johannes Vermeer, la historia de la pintura costumbrista se remontaría incluso a tiempos líticos, pues escenas prístinas como las de chaco -caza colectiva- por ejemplo, y aunque se hayan expresado como producto del pensamiento mágico-religioso ante el asombro y miedo del trashumante, no dejan de ser otra que aventuras a las que se enfrentaban todos los días.

La época dorada en Holanda del siglo XVII fue la cuna en donde naciera la reflexión acerca del paraíso terrenal; sobre ello nos habla Arnold Houbraken en Groote Schouburgh (1721), en donde explica el contraste del florecimiento cultural y económico entre tan denso periodo de crisis políticas, sociales, religiosas y morales. Aquel paraíso terrenal es el que mencionamos hoy en este artículo para que podamos otorgarle un significado más glorioso al rol que cumplimos en nuestra vida cotidiana, simple y tranquila; después de todo, en este género seríamos los protagonistas.

Mujer con una jarra de agua (1662). Johannes Vermeer. Óleo sobre lienzo. 45,7 x 40,6 cm. Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.

En la Edad Media la pintura de género primaba la lógica planimétrica para ilustrar un orden terrenal y celestial, por ello tenemos imágenes sagradas de gran volumen, mientras que las figuras humanas eran pequeñas y desprovistas de realismo, e igualmente incapaces de realizar tareas manuales, siendo ellos quienes se acercaban al mundo profano, nunca a la inversa de todas maneras no queremos. Ahora bien, es mucho más fácil reconocernos en el mismo género, pero ya desde tiempos modernos pues es aquí donde la percepción humana da un giro asombroso y el hombre se contempla a sí mismo cada vez más bello tanto que ahora abusa de su poder, pero bello en todas sus formas: marginales, eróticas, heroicas, mundanas y domésticas.

A Happy Family, Eugenio Zampighi. Óleo sobre lienzo 73.6 x 105 cm.

Dicho esto, es propio de nuestra naturaleza egocéntrica querer vernos bien al menos un instante, y qué más enaltecedor que hacerlo en situaciones que muestran nuestro lado más penetrable que cuando vamos sin cuidado de nuestro aspecto. Asimismo, las escenas en casa no son las únicas. ¿Recuerdas cuando te preparabas para llegar a la fiesta del fin de semana? Uno de los momentos más emocionantes era el trayecto a tu destino; ¿y qué hay de aquel jueves en tu bar favorito al que ibas a quemar las penas? Malcolm T. Liepke te demuestra cuán bello eres incluso en esos momentos de aflicción.

All Alone (2018), Malcolm T. Liepke. Óleo sobre lienzo 45.7 × 61 cm

Por otro lado, también es cierto que algunos se pregunten qué de interesante puede tener una anciana friendo huevos, o una dama sirviendo leche, pero cierto es que la condición humana, y todo cuanto a su comportamiento le compete, puede ser agradable independientemente de nuestro gusto interesado. Es decir, dado que no existe un concepto al que adecuarse, la universalidad de lo bello es subjetiva, por ende, una pretensión legítima por parte de quien emite el juicio. De este modo, al decir «el arte sólo puede tratar temas mitológicos, religiosos y sus figuras deben ser clásicas, idealistas y claras», la proposición es subjetiva, irremediablemente carente de valor cognoscitivo universal, por tanto, no necesariamente verdadera para el resto.

Vieja friendo huevos (1618), Diego Velázquez. Óleo sobre lienzo 99 cm x 1,69 m. Galería Nacional de Escocia, Edimburgo

En efecto, conversar sobre estética y arte es una tarea complejísima, pero muchas veces solo se trata de ver, contemplar y sentir. Como una disciplina cuya superficie es el espacio, a diferencia de la música o poesía que se sostiene sobre el tiempo, la pintura, así como las demás artes plásticas, capta aquel instante en que nuestra esencia se hace presente y la materializa. Así, lo bello se puede expresar a través de lo feo, lo verdadero a través de lo falso, la vida a través de la muerte, y muchas otras dialécticas más pero que serán motivo de una próxima reflexión.

The Laundress (1761), Jean-Baptiste Greuze. Óleo sobre lienzo 40.6 cm × 33 cm. J. Paul Getty Museum, Los Ángeles

Edición: Kelly Pérez