A finales de julio, el buque granelero japonés, Mv Wakashio, encalló en el arrecife de coral al sur de la Isla Mauricio. Un seguimiento satelital indica que el buque mantuvo la misma trayectoria y velocidad durante los últimos 4 días antes de encallar. Según rumores, la nave se acercó a la isla para captar wifi y encalló mientras la tripulación celebraba un cumpleaños. Abandonado en la costa, al embate de las olas, el granelero empezó a quebrarse y dos semanas después se liberaron cerca de 1000 toneladas de su combustible. Esta noticia revela un aparatoso accidente que, a pesar de su magnitud, es relativamente pequeño en comparación a los derrames que estamos acostumbrados a tolerar. En los 30 días siguientes al vertimiento de combustible, la isla de Mauricio ha visto la muerte de 3 tripulantes de un navío remolque, 50 cetáceos varados, y un compromiso ciudadano que abarca tanto la construcción voluntaria de barreras contra el combustible como una multitudinaria manifestación pública en contra de la ineficiencia del gobierno.

El agravante principal para esta catástrofe no es la enorme cantidad de combustible dispersado (hemos soportado sin mucha protesta derrames mayores), sino la ubicación del derrame. El combustible puede dañar gravemente ecosistemas críticos para la biodiversidad mauriciana, como el humedal más grande de la isla en Point d’Esny, la reserva natural de Île aux Aigrettes, y las reservas pesqueras de Blue Bay y Mahebourg. Estos puntos con abundante diversidad, comúnmente llamados hotspots de biodiversidad, dan amparo a especies de frágil supervivencia en ecosistemas reducidos y altamente susceptibles a sufrir daños irreversibles si son perturbados. Por este motivo, a pesar de que la métrica relativa en derrames petroleros indique que se trata de un escenario “moderado”, los efectos de este descuido pueden ser irrecuperables.

Bajo amenaza de asesinato a manos de biólogos marinos es necesario añadir que los corales no son solo “piedritas de colores”, y que, tristemente, en este versus nadie salió ganando.

La línea de culpables tiene varias paradas. El trayecto empieza con la rumoreada incompetencia de la tripulación, atendida, en cierta manera, por la captura del capitán del buque y su posible sentencia a 60 años de prisión. Pero también es criticable la tardía respuesta del gobierno mauriciano, y a una escala mayor, el poco control que se ejerce sobre el tráfico de navíos a nivel internacional.

La isla de Mauricio le debe cerca del 20% de su PIB al turismo generado por sus playas prístinas y arrecifes rebosantes de vida, recursos que en el pasado ya se han visto amenazados por derrames de combustible de menores magnitudes. Además, como reporta Mongabay, el riesgo que enfrentan los ecosistemas frágiles frente al tráfico marítimo frecuente ya ha sido motivo de alertas ambientalistas. Es una triste sorpresa que el gobierno de Mauricio aún no posea los mecanismos de respuesta suficientes para atender esta crisis. El escurridizo meollo creció considerablemente mientras se esperaba el apoyo internacional; su aumento es una consecuencia directa de la reacción tardía. En una crítica más abierta del escaso monitoreo internacional de navíos, se denuncia que mediante un sistema satelital se podría haber detectado el rumbo de colisión de la nave 4 días antes de su encallamiento, lo que inmediatamente cuestiona a las autoridades marítimas internacionales por qué aún no se emplean mecanismos de regulación más eficientes.

El derrame iniciado el 6 de agosto ha liberado aproximadamente 1000 toneladas de un nuevo combustible con bajo contenido en azufre diseñado para disminuir los gases contaminantes producidos por su combustión, llamado VLSFO. Según la Organización Marítima internacional, no se conoce cuáles serán los efectos a largo plazo causados por el derrame de este material. No obstante, el comportamiento inicial de la masa aceitosa es similar al visto en otros derrames, por lo que es posible prever el área de contaminación potencial.

A pesar de la lenta reacción, las 1000 toneladas de combustible en el mar son solo la cuarta parte de la cantidad total transportada por el buque debido a las maniobras de extracción del combustible restante en el reservorio del granelero partido. Para contener el esparcimiento del contaminante que alcanzó el agua fue crucial la respuesta rápida de los voluntarios con la construcción de barreras flotantes que eviten la llegada a las costas—pues al mezclarse con materia seca, el recojo del combustible resulta más dificultoso. El compromiso de la población mauriciana contrasta drásticamente con la dejadez e ineficiencia de la respuesta gubernamental, lo que no pasó por alto para los mauricianos. La fricción, azuzada por una creciente desconfianza en la comunicación oficial y el repentino varamiento de docenas de ballenas y delfines, desencadenó la manifestación de miles de ciudadanos el sábado 29 de agosto.


La conexión entre los varamientos y el derrame aún no está demostrado, sin embargo, algunos expertos señalan que el hundimiento de la mitad anterior del buque podría haber alterado los sistemas de ecolocación de estos mamíferos.
(Foto de Beekash Roopun – L’express Maurice. Tomada de rappler.com)

Las noticias sobre derrames de combustible en los últimos años tienen una frecuencia tristemente invariable. Según información de la Federación Internacional de Dueños de Buques Petroleros sobre Contaminación (ITOPF), en la última década se ha mantenido un promedio anual de 6 derrames de combustible mayores a 7 toneladas. Esto refleja una reducción a un tercio del número promedio de derrames anuales de la década previa, pero todavía representa una cantidad masiva de combustible dispersado sobre la superficie oceánica que, desde el 2008, no muestra ninguna tendencia a seguir disminuyendo. Con una regulación del tráfico marítimo internacional que antepone la eficiencia del comercio a la prevención de desastres climáticos es difícil que esta situación mejore. Es improbable que se instauren mecanismos de control mientras no haya exigencias populares con la fortaleza de las manifestaciones mauricianas ¿Debemos esperar el descontento de otra catástrofe para actuar?

Escrito por Gabriel Sandoval
Editado por Diana Darcurt y Daniela Cáceres