Como algunos bloggeros de cierta corriente te pueden haber contado, siempre es en el punto de origen de un virus en el que este es menos dañino, pues los organismos tienen la oportunidad de desarrollar defensas robustas. Este parece hasta ahora no ser el caso en Hubei, epicentro del coronavirus, donde la tasa de mortalidad alcanzó el 3.13%, cifra mucho más alta que el 0.18% que se observa en el resto del territorio chino. La diferencia podría ser aún mayor considerando que las tasas de mortalidad deberían caer con el tiempo, pues los primeros casos detectados siempre son aquellos cuyos síntomas son más graves. Es cuando el pánico tiene tiempo de actuar, de modo que las personas con casos más leves son también identificadas. En tal situación, es lógico suponer que es el primer grupo- los graves- el que presenta una mayor tasa de mortalidad.

Una causa de esta anomalía en la letalidad del coronavirus puede ser que China esté maquillando sus cifras, acción que parecen ya haber tomado en el pasado. Según el Walt Street Journal, el gobierno chino ha empezado a reportar las muertes del coronavirus como neumonía viral. Pero tampoco es como que todo sea culpa de la corrupción, pues la China Central Television (CCTV) indica que los doctores de Wuhan no han tenido la oportunidad de revisar a todos los pacientes, pues el sistema de salud está colapsado. Para los mayores entre nuestros lectores, esto les puede recordar a la epidemia del SARS el 2003, en la que el cirujano Jiang Yanyong difundió una carta entre la prensa internacional donde afirmaba que había al menos 100 personas tratadas en Beijing por SARS, al mismo tiempo que las autoridades de salud sólo indicaban tener un puñado de casos. Si bien el gobierno tuvo que rectificarse, se le negó el permiso para salir del país para recoger el Heinz R. Pagels Human Rights of Scientists Award.

La historia se repite

Si bien no hay evidencia confirmada de este tipo de manipulación de datos, sí se sabe que nos han estado mintiendo. El gobierno de la ciudad de Wuhan inicialmente alegó que la transmisión entre humanos era bastante limitada. Ello se detuvo el 20 de enero, día en el que se detectaron 136 casos nuevos, que incluían a grandes ciudades de China como Beijing o Shenzen. Recién fue en ese momento que se aplicaron medidas especiales para la crisis. De todos modos, el gobierno seguía manteniendo la apariencia de autocontrol. Lamentablemente, la evidencia iba a contradecir pronto a las autoridades (frase que suele encajar en cualquier contexto): tras aplicar la cuarentena en Wuhan, los pacientes entraron en masa a hospitales que carecían de los recursos necesarios, al mismo tiempo que el gobernador de Hubei prometía que se evitaría la escasez de suministros. A pesar de que el Ministerio de Industria y Tecnología de Información tomara el caso por sus manos y decidiera colaborar con la producción de mascarillas, la capacidad productiva seguía sin poder alcanzar la demanda. Claramente, el sistema chino no es tan estable como quieren que pensemos.

En China vemos lo que sucede cuando la ciencia está subordinada a intereses políticos. Desde antes de Galileo hemos tenido casos de las autoridades censurando a aquellos que se atreven a retar a las doctrinas oficiales. Me parece ingenuo suponer que en una democracia nos encontramos inmunes a esta lamentable situación. Si bien ciertamente es preferible que esta clase de acciones estén fuera del alcance del gobierno, todavía hay represalias para quien, como dice cierto meme, trae ciencia a la casa de Dios.

Así como Jiang demostró que el Partido Comunista Chino no era una entidad todopoderosa que seguía el Mandato Celestial, también hay doctrinas difundidas en nuestra sociedad que, para muchos, son incuestionables. Por ejemplo, si niegas que todos los seres humanos somos creados iguales (por Dios, habría sido el dogma hace un siglo), como hizo James Damore, puedes perder tu trabajo. Y así como en China cualquiera que diga que el gobierno manejó mal esta epidemia vería caer su puntaje de crédito social, yo estaría verdaderamente sorprendido si en El Comercio se pudiera publicar un artículo que diga que el FREPAP llegó al Congreso por culpa de la democracia y que se debería haber mantenido el Virreinato. Cada sociedad tiene sus propias creencias y mitos, los cuales es una ofensa negar. Y no es que diga que está mal tener una religión, el problema es (en palabras que podrá entender una audiencia tan iluminada como la del año presente) que a este punto habíamos dejado de asesinarnos por nuestras religiones. ¿Qué salió mal?

Edición: Daniela Cáceres