La percepción de las víctimas ha cambiado a lo largo de los años, pero puede que incluso hoy se ignore la complejidad de significados que las rodean. Las víctimas no solo existen y ya, sino que direccionan muchos aspectos sociales, políticos, culturales y morales. Uno no puede escapar del concepto a la hora de reflexionar sobre su propio actuar y su relación con otros, ni mucho menos negar su existencia cuando millones de pantallas compiten por contar sus historias. Las víctimas juegan un rol muy importante en el comportamiento y la estructura de las sociedades.        

Las víctimas que todos conocemos son los humanos dolientes, aquellos que padecen de algún mal (delito, injusticia, condición, infortunio, accidente, etc.) que les impide participar y desarrollarse plenamente en la sociedad (Gatti, 2016). Mientras que algunas culturas consideraban el ser víctima como un signo de debilidad o una deshonra, en la cultura globalizada moderna, las víctimas son el núcleo de la solidaridad social. Reconocerlas es clave para la defensa de los derechos humanos. Estos últimos siglos, Gobiernos, poblaciones e instituciones han puesto esfuerzos en identificar “problemas reales” que generan víctimas con el fin de organizarse y resolverlos. La existencia de víctimas es la prueba de una sociedad con falencias, por lo que la búsqueda del desarrollo implica salvar a las víctimas. Ahora toca una pregunta interesante, ¿la existencia de las víctimas beneficia a alguien?

La víctima genera dinámicas en distintos sectores que pueden dar diversos resultados. Y, pese a ser -en teoría- una condición indeseable, la posición de víctima en la era moderna puede otorgar retribuciones muy tentadoras para muchos: piedad, ayuda, dinero, atención, reconocimiento, etc. (Gatti, 2016). En países latinos, se comparte mucho la idea de fraternidad y apoyo, donde incluso sin actuar directamente o comprender del todo la situación, se desea que quienes necesiten ayuda la reciban. Se desea una sociedad justa. Una víctima atrae esa voluntad colectiva. Además, ser reconocido víctima implica la posibilidad de darle visibilidad a una realidad desconocida, ignorada o normalizada hasta entonces para que pase a ser discutida y tratada (como sucedió con el machismo, el racismo y la xenofobia). Es un primer paso.

La relación de Johnny Depp y Amber Heard ha reabierto para muchos el debate de dos temas:  la violencia doméstica contra los hombres y el desigual juicio social que tiende a sentenciarlos como victimarios prematuramente.

Es aquí donde, para bien o para mal, los medios de comunicación participan masificando toda esta dinámica “solidaria” con las víctimas. Lamentablemente, ellas han llegado a ser utilizadas y romantizadas por muchos años para atraer y apelar al público con fines mediáticos, comerciales o políticos. Ser parte de la lucha de las víctimas es ser parte de la superación de adversidades, búsqueda de justicia, etc. En el populismo, es común que se generen movimientos y discursos que identifican nuevas víctimas y problemas a la vez que presentan a los candidatos como los primeros interesados en ayudar (los héroes de la historia). Pero ya no son necesarios la televisión o los “diarios chicha”. Los propios ciudadanos generan, mediante las redes sociales (*cof cof* Twitter), sus propios discursos, y fomentan el debate público con sus respectivas posiciones.

El movimiento surgido se desvincula de las víctimas cuando las causas y las consecuencias originales del problema discutido se distorsionan demasiado. Alrededor de las víctimas, se forman bandos, imágenes, proyectos y figuras que pueden ayudar, así como no aportar nada (cientos de frazadas se mandan a Puno por los friajes, pero ¿no hay otras opciones?). Este resultado se debe, en parte, a personas interesadas más en participar que en lograr objetivos reales. Desde compartir una noticia hasta dar una limosna, algunas de estas acciones no se realizan por filantropía, sino para responder a alguna necesidad psicológica: sentido de pertenencia, reafirmación de identidad o valores, presión social, ansiedad, etc. (López, 2018). Todos en algún momento hemos actuado así, pero aquellos que perciben los medios digitales modernos como un espacio de reafirmación personal (sean jóvenes o adultos) suelen considerar estos movimientos como oportunidades para conseguir valoraciones positivas. Este factor personal influye en la percepción interna y externa de dichos movimientos, lo que dificulta la autocrítica, y deviene en la negación o enfrentamientos.

¿Cada uno ve lo que quiere?

Las víctimas son solo una parte de un inmenso sistema mediático, donde no solo hay movimientos infructuosos, sino que estos llegan a ser impulsados por personas ajenas a la causa que invisibilizan el problema original. Claramente hay mucho más que decir sobre las víctimas y los movimientos alrededor de ellas, pero espero que te haya podido mostrar otro aspecto del panorama al que se enfrentan las víctimas. En nuestro mundo superconectado, existen verdaderamente víctimas que necesitan apoyo y hay que informarnos lo más posible para identificar la mejor propuesta para apoyarlas. Los debates deberían generar soluciones, no nuevas víctimas.

Editado por Paolo Pró

Fuentes:

Gatti, Gabriel (2016). El misterioso encanto de las víctimas. Revista de Estudios Sociales, (56),117-120. ISSN: 0123-885X. Disponible en:   https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=815/81545040010

López Salazar, Patricio (septiembre, 2018)- “Redes sociales y ansiedad”. Recuperado de: https://repositorio.uade.edu.ar/xmlui/handle/123456789/8533