A pesar de los interminables meses, la situación generada por la COVID-19 aún no ha llegado a su fin. Sin embargo, es cierto que no todo se ha mantenido inalterado #NadaEsComoAntes. Tras varios aplazamientos, el Gobierno peruano finalmente relajó las medidas preventivas que impuso desde marzo. Así, los ciudadanos, una vez más, tienen la oportunidad de salir a las calles y respirar aire fresco ¿? sin mayores restricciones obligatorias. El problema de esto es que la pandemia sigue cobrando vidas y, ahora, las medidas recaen en la propia voluntad de la gente. Han pasado un par de semanas de libertad, lo que lleva a uno a preguntarse: ¿debería salir o no salir? ¿Aún es muy loco querer reencontrarme con mis patas?

Primeros días de libre movilidad

Para comenzar, se puede considerar que existen dos tipos de individuos. Por un lado, están aquellos que disfrutan mucho de la vida loca salir, y de andar de juerga en juerga rodeados de amigos. Por otro lado, están los que elegirían siempre quedarse en camita casita y disfrutan más de la compañía de uno mismo. No cabe duda de que ambos son agentes racionales; lo único que varía, sin embargo, es la manera en que se recargan de energía, y obtienen felicidad o utilidad. Adicionalmente, en cualquier circunstancia, se puede plantear que el “salir a la calle” es un bien normal, probablemente no sea algo de primera necesidad, pero actividades como salir con amigos, ver a la familia y hacer deporte al aire libre siempre mejorarán la situación del individuo. Por el contrario, el “contagio de COVID” es un desbien por sus evidentes efectos negativos en la salud de todos.

A partir de esto, se puede repensar una frase que puede parecer muy cliché, pero que la microeconomía no se cansa de confirmarnos: todos somos diferentes. En efecto, los distintos individuos valoran de manera distinta los bienes o desbienes, y presentan preferencias que divergen en gran medida. Así, mientras unos obtienen muchísima utilidad al salir al mundo exterior, otros simplemente no tanto, pues las relaciones de preferencias no son iguales. Es cierto que las preferencias racionales tienen un orden estricto en un momento del tiempo específico; sin embargo, estas no son estáticas. Por eso, pueden variar a través del tiempo debido a factores externos, como la terrible situación sanitaria actual.

¿Y cómo puedo saber qué tipo de individuo soy? Pues, es necesario analizar un factor importante. Cada uno es libre de decidir cuánto sacrificar para reducir las probabilidades de morir. Probablemente, hay consenso en el hecho de que meterse en la jaula de un león es altamente riesgoso y tonto y nadie lo haría. Pero es difícil entender hasta qué punto llega esta aversión al riesgo. ¿Estarías dispuesto a cruzar una carretera corriendo para ahorrarte tres minutos, en lugar de ir por el puente? ¿Fumarías un “puchito” a sabiendas de las implicancias en la salud? ¿Manejarías un carro en las caóticas calles limeñas? ¿Saldrías de tu casa a pesar de la probabilidad de ser víctima de la inseguridad? De hecho, es imposible escapar del riesgo de manera absoluta, pero estas preguntas ayudan a ilustrar que las preferencias varían en cada individuo, pues también se puede encontrar el caso de los amantes del riesgo, que no dudarían en salir sin máscara #MaskOff.

Finalmente, se puede llevar el análisis un poco más allá de uno mismo, pues el sector privado puede influir en la manera en que uno asigna sus preferencias. En efecto, las propias empresas y negocios que, poco a poco, comienzan a restaurar su atención al público tienen la intención de reducir la incertidumbre que tienen los consumidores, y reforzar la confianza a través de la demostración de estrictas medidas de prevención. Esto genera extensos efectos que también mueven las expectativas y preferencias de las personas. Por ejemplo, por un lado, puede ser que, al observar que más personas salen, uno puede asumir que su percepción de riesgo es muy ya demasiado extrema. Por otro lado, también es posible que uno se acostumbre al riesgo de enfermarse, así que lo comienza a subestimar #NuevaNormalidad. De esta manera, la gente tendrá mejor disposición para regresar a los centros comerciales o restaurantes. Esto se debe a que los estrictos protocolos que son marketeados por las compañías generan una sensación de seguridad en los individuos.

Es evidente que la crisis a raíz de la pandemia no ha llegado a su fin. A pesar de las mayores libertades, la probabilidad de contagio se ha mantenido para todos. Por el contrario, las ganas de volver a salir de los individuos varían en gran medida debido al set de preferencias de cada uno y a las influencias externas. A manera de resumen, los incentivos que uno tenga para salir dependerán de si se es un agente amante o averso al riesgo. Solo queda reflexionar un poco acerca de uno mismo y decidir si realmente vale la pena salir.

Edición: Claudia Barraza