A pesar de ser la figura histórica que más ha ocupado a bibliógrafos e historiadores, son escasos los hechos que conocemos sobre su vida y, que se basan tan solo en especulaciones. Sin embargo, la primera imagen que nos transmite es la de un filósofo y pensador de la Grecia Antigua, con una vida personal de un profundo misterio —acaso por la manera en que concebía su vida misma—, a la que el mismo denominó como método socrático o mayéutica. Si hay una frase que pueda definirlo a la medida de su grandeza, es la que está resumida en el diálogo platónico de “Apología de Sócrates”: “Una vida que no se examine a sí misma no es una vida digna de ser vivida”. Uno de los más grandes misterios que envuelve la vida de Sócrates, es que todo lo que se conoce de él nos ha llegado a nosotros por medio de testimonios ajenos, de los que resalta el de su alumno más sobresaliente: Platón. Tanto este como Jenofonte, son las únicas fuentes directas que nos acercan de manera testimonial a la vida del misterioso pensador griego.

Armad D’Angour, profesor de la universidad de Oxford, señala que Platón nos ofrece una visión de Sócrates como un hombre mortal, fuertemente sexual, y de excepcional valor, y buen luchador en el campo de batalla. Del mismo modo, considera que Platón logró una imagen nítida del Sócrates maduro, que nos muestra como un pensador original de sólida formación y mente aguda que lo cuestionaba todo de una manera insistente e irónica, logrando incluso irritar a sus adversarios. Por otro lado, en la obra de Jenofonte, D’Angour afirma que Sócrates aparece como un caballero ateniense, ocurrente, jovial y excelente conversador. Las precisiones señaladas por el profesor inglés, nos muestran dos perspectivas totalmente opuestas, pero que han logrado transmitirse de generación en generación hasta presentarnos una imagen casi verosímil de Sócrates.

Los últimos años de la vida de Sócrates demuestran un total desinterés material por la vida. Incluso muchos señalan que, ya en su vejez, optó por una vida muy austera, con muchas carencias económicas, y con un descuido total de su apariencia. ¿Qué ocurrió en la vida del enérgico y joven Sócrates, para que en sus últimos años se desprenda de todo aspecto material de la existencia? Un acercamiento a su personalidad desde una perspectiva histórica muy poco conocida, puede ser una posible explicación sobre el cambio de pensamiento.

Aparece una figura femenina en la juventud del filósofo que cobra una importancia crucial en su devenir intelectual: Aspasia de Mileto. Lo que sí queda muy claro —precisa D’Angour—, es que fue en sus primeros años como adulto cuando tomó la decisión de dedicarse a lo intelectual, gracias a diversas experiencias que lo transformaron y, tal vez, a su relación con Aspasia, la cual fue la más significativa. Hasta ese momento de su vida, se presentó siempre como guerrero, luchador atlético, bailarín, orador con un vasta cultura; y sobre todo, un amante desenfrenado”. 

Aspasia fue, sin exagerar, una de las mujeres más elocuentes y controvertidas de su época. Con tan solo veinte años cumplidos, desde su natal Mileto (cuna del sabio Tales) se embarcó hasta Atenas, acompañada de su hermana y su cuñado. Su llegada a la capital griega no pasó inadvertida por nadie. Pericles, caudillo ateniense muy pronto quedó atraído por Aspasia, así como lo señala D’Angour, “la joven Aspacia le cautivó con su físico, encanto e inteligencia, y, alrededor de 445 a.C., se unió a Pericles como esposa oficial. Hubiera sido muy complicado para Pericles saltarse su propia ley y convertirla en su esposa legítima”. Aspasia y Pericles se volvieron amantes inseparables; hasta la muerte de este último en 429 a.C. debido a la peste. La imagen a la que Platón y Jenofonte hacen alusión es de la de una mujer segura de sí misma, admirable, y resalta la elocuencia percibida por Pericles y el mismo Sócrates.

Todo lo que Sócrates aprendió del amor gira en torno de la figura de Aspacia. En “El banquete” de Platón es nombrada y citada como una figura muy reveladora, pues se asegura por declaraciones del mismo Sócrates que solo cuando la belleza en sí hace presencia en la vida del ser humano, esta merece ser vivida.  Alpasia nunca superó la muerte de su amado Pericles, y si bien Sócrates causó en ella una impresión intelectual muy fuerte, no fue capaz de amarlo como él hubiera deseado. Vivió el resto de su vida con los bienes que Pericles le había dejado, y murió rodeada de sirvientes, en una casa tan vacía como la vida sin Pericles. Al enterarse Sócrates de la muerte de su amada Alpasia, decidió alejarse por completo de la vida material en el mundo terrenal —incluso de su vida misma—, quizá con el propósito de encontrar un sentido a la interrogante más grande que el amor nos deja cuando ya se ha ido: ¿Qué sentido tiene la vida sin el amor?

Edición: Paolo Pró.