He perdido la cuenta de los días que llevo encerrado en casa, y poco o nada me interesa estar al tanto de las noticias, por más alentadoras que sean. La última vez que las sintonicé fue al mediodía, y lo poco que recuerdo, es haber visto a gente aún amontonada en calles y mercados, incapaces de entender que el distanciamiento es lo único que nos puede mantener a salvo. Parece que la gente le tiene más miedo a ser encarcelada que a contagiarse por un virus mortal. Hoy millones de personas en todo el mundo cumplen con una reclusión domiciliaria, y la paradoja es tal que la historia misma vuelve a tener vigencia dentro de esta pandemia, al igual que las ideas de algunos pensadores son otra vez debatidas entre cuatro paredes  al calor de esta realidad.

Paris, otoño de 1975. En una de las bibliotecas de la ciudad luz se publica un libro clave en el pensamiento filosófico, sociológico y político del siglo XX. “Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión”, escrito por el filósofo Michael Foucault, elabora un estudio sobre los mecanismos sociales que produjeron los sistemas de encierro en la Edad Moderna. Hace referencia al reglamento de una ciudad al sur de Francia a finales del siglo XIV, en donde se prevé una serie de medidas a tomar en cuenta bajo el brote de la peste. Señala que en la Edad Media no existían castigos sino suplicios, contra aquellos que se atrevían a incumplir con lo señalado. Los delitos y faltas eran ataques directos contra el Rey y la corona.

Michael Foucault.

Transcurrida la revolución Francesa en 1789, surge en la mayoría de países europeos la igualdad de nacimiento de todos los hombres. Así, el castigo ya no se concibe como una venganza —del Rey contra su pueblo—, sino que empieza a justificarse la defensa de la sociedad en su conjunto, ante las faltas y delitos de algunos. Desde entonces, la sociedad en su conjunto demanda “no castigar menos, sino castigar mejor”.

Tal necesidad social y política moldeó a la sociedad carcelaria, y usa dos herramientas para su funcionamiento: disciplina y vigilancia. Así, la disciplina en el transcurso del siglo XVIII y en adelante se ha convertido en una especie de fórmula de dominación.

Luego, para vigilar el aislamiento de la sociedad del prisionero, se incorpora a estas nuevas ideas un nuevo tipo de arquitectura carcelaria: el panóptico. Esta nueva estructura permite al carcelario vigilar a todos los prisioneros sin que estos puedan saber que son observados. Para  Foucault, la peste se convierte en el sueño político y en una metáfora onírica de la sociedad disciplinaria, en una instancia en que llama poder disciplinario.

La ciudad apestada, toda ella atravesada de jerarquía, de vigilancia, de inspección, de escritura, la ciudad inmovilizada en el funcionamiento de un poder extensivo que se ejerce de manera distinta sobre todos los cuerpos individuales, es la utopía de la ciudad perfectamente gobernada.

Panóptico.

Otro filósofo francés, Gilles Deleuze, en su libro póstumo Sociedades de control, va un paso más adelante. Argumenta que los nuevos modos de encierros disciplinarios están condenados a desaparecer, en virtud de los nuevos modos de producción. El encierro —que para Foucault supone la idea imaginaria y metafórica de una peste—, constituye para Deleuze un sueño improductivo y poco factible en un mundo globalizado.

Cabe destacar las reflexiones que plantea el historiador israelí Yuval Noah Harari, sobre el mundo después de controlar el virus de la pandemia. Plantea que “en este momento de crisis, enfrentamos una vigilancia totalitaria”, asegurando que de no ser cuidadosos con las medidas de vigilancia y encierro adoptadas por los gobiernos, estas  pueden normalizarse.

Muchos gobiernos están buscando implementar nuevos mecanismos de control. Se ha generado un consenso tácito, en donde los estados usan esta pandemia  para aplicar medidas aún más autoritarias: prohibir el derecho a una huelga (España),  autorizar el espionaje civil para descartar casos de contagio (Israel),  implementar cinco años de prisión a personas que desacatan la cuarentena (Rusia).

Surge la necesidad de examinar las relaciones de consenso social y coerción gubernamental para comprender lo que nos depara el futuro. Las medidas de control no van a cesar una vez que se controle la pandemia. Como lo indicaba Foucault, la conducta en el marco de la peste así lo demanda, guste o no, tenemos una sociedad que no puede articularse por sí sola, sin la ayuda coercitiva del Estado (sintonizar las noticias en caso de querer comprobarlo).

Edición: Paolo Pró.