No ha habido tensión fronteriza más mediatizada estas últimas semanas que la que comparten tu yo del futuro licenciado y tu yo del presente que ni siquiera ha comenzado a redactar la tesis  Colombia y Venezuela. El principal pulso entre Juan Guaidó y Nicolás Maduro se cierne sobre las toneladas de ayuda humanitaria, en su mayoría procedentes de EE.UU, estacionadas en la ciudad fronteriza de Cúcuta. La multitud de testimonios publicada por la prensa nos conducen necesariamente a varios aspectos de la crisis en el país bolivariano, entre ellos el referido a la salud pública.

Debido a las falencias logísticas, humanas y burocráticas transversales al sistema de salud venezolano, varias enfermedades que habían sido bien controladas o eliminadas han resurgido de manera importante en distintos casos del país. La malaria, el sarampión y la difteria regresaron al país en el 2017 y los números de casos confirmados han incrementado hasta el presente. No quedan excluidas de preocupación otras enfermedades tropicales altamente contagiosas como la tuberculosis, las enfermedades arbovirales (zika, dengue, chikungunya), o el mal de Chagas. Este último se ha reportado en varias zonas periurbanas, donde hubo abundancia de alimentos contaminados.

La histórica migración de venezolanos de estos últimos años ha encendido las alertas en los sistemas de salud de los países vecinos. En el estado brasileño de Roraima, por ejemplo, los casos de sarampión han involucrado en su mayoría a ciudadanos venezolanos. Asimismo, en Ecuador y Colombia se han reportado situaciones donde ciudadanos venezolanos han exportado malaria y difteria. No es raro ver personas de esta nacionalidad buscar tratamiento contra enfermedades de transmisión sexual en ciudades fronterizas de Colombia.

El hecho de que varios migrantes jóvenes e infantes no hayan tenido en absoluto algún historial de vacunación los vuelve vulnerables ante enfermedades ya presentes en los países receptores, así como potenciales peligros para comunidades donde ya existe un control de la enfermedad. Es claro el aspecto crítico que juega la medicina preventiva y diagnóstica.

Existe una asociación bien documentada entre las movilizaciones humanas y la exportación de enfermedades infecciosas. Desde ejemplos tan antiguos como la viruela traída por los españoles, como contemporáneos al éxodo venezolano, véanse los casos de la crisis migratoria siria en Europa o la migración de haitianos a distintos rincones de América. Muy aparte de las opiniones de tintes conservador/progresista/nacionalista/liberal que puedan haber sobre la inmigración y sus efectos en la seguridad económica y laboral de varios países, el hecho de que los sistemas de salud sean puestos en jaque por estos sucesos, evidencia un problema bastante generalizado en países tropicales: la dificultad del diagnóstico en poblaciones vulnerables, sea oriunda o no.

A pesar de las largas colas y muchas veces mal trato en el servicio público de salud en ciudades como Lima, los centros de salud cuentan siempre con equipos y personal capacitado para realizar las pruebas necesarias para el diagnóstico de varias enfermedades en un tiempo razonable. En las zonas rurales, en contraste, aparte de la lejanía de los puestos de salud o postas en las comunidades, muchas veces se tiene que recurrir a métodos menos exactos y más lentos de diagnóstico debido al alto costo de las máquinas, personal capacitado e infraestructura adecuada en sus homólogos urbanos.

La amplificación del ADN del patógeno se ha vuelto un eje central en los esfuerzos de diagnóstico moderno. En ese sentido, la técnica diseñada en los años 90 denominada reacción en cadena de la polimerasa (PCR en sus siglas en inglés), se ha vuelto el gold standard para la detección de varias enfermedades tropicales: tuberculosis, malaria, leishmaniasis, etc. Sin embargo, realizar PCR requiere de condiciones de laboratorio bastante incompatibles con la realidad financiera de los sistemas de salud rurales. Un termociclador (donde se realiza la PCR) puede llegar a costar 7 mil dólares.

Este siglo ha visto varios esfuerzos en diseñar métodos de diagnóstico rápidos, específicos, baratos, de fácil interpretación, sin necesidad de maquinaria compleja que apunten principalmente a detectar el ADN del potencial patógeno. Ejemplo de ello son las técnicas como denominadas LAMP o RPA (hay reporte de este último ensayo hechos con el calor de la mano), procesos desarrollados a una temperatura constante, que pueden otorgar resultados con una sensibilidad comparable a la de un PCR, con los miles de dólares que podrías ahorrarte de por medio. En este aspecto, estas técnicas pueden combinarse con ensayos basados en papel de flujo lateral, que en resumidas cuentas, son tiras de papel (parecidas a los papeles de las pruebas de embarazo), de manera que en vez de leer un número por resultados, pueda evidenciarse fácilmente la presencia del agentes infecciosos. Por último, dado que la personas son naturalmente reacias a las agujas y que el método de extracción de esputo para diagnóstico es bastante engorroso; se han buscado métodos para maximizar la detección de enfermedades en la orina, como el uso de beads magnéticos para separar el ADN del patógeno.

¿No sería muy irreal pensar en diagnósticos hechos dentro del hogar, donde con un solo tubo de ensayo y el calor de tu mano, se pueda leer el resultado en una tira de papel que se colorea de acuerdo a la presencia o ausencia de la enfermedad?

Edición: Daniela Cáceres