El porcentaje de la población global que vive en ciudades alrededor del mundo es cada vez mayor. Una proyección de las naciones unidas estima que cerca a 6.7 mil millones de personas vivirán en ciudades en el 2015, aproximadamente el 68% de la población proyectada para ese año. Esta proyección le pone una cifra al crecimiento que en muchas ciudades del mundo ha sido notorio por varias décadas, y nos alerta sobre la magnitud que pueden alcanzar los problemas que ya existen dentro de las urbes más densamente pobladas. Escasez de recursos, exceso y concentración de desechos, crecimiento desordenado de las periferias y una persistente degradación de la calidad de vida de los habitantes: problemas que algunas ciudades ya atraviesan el día de hoy y cuyo impacto incrementará con el tiempo, con efectos más críticos en las regiones más pobres.

Dentro de toda la maraña de problemas de importancia crítica, pasan caleta algunos temas que para muchos son “secundarios” y aparentan ser menos importantes que la escasez de agua, la acumulación de muladares urbanos, o la contaminación del aire. Dentro de esta categoría cae la ecología urbana, desdeñada por muchos como una preocupación que solo los países ricos pueden atender, o a la que solo pueden prestarle atención los eco-hipsters de Barranco porque viven aislados de gran parte de los problemas que acosan a la mayor población limeña. 

La investigación alrededor del mundo, sin embargo, le da conforme pasa el tiempo una importancia más crucial a esta área de estudio: la evidencia indica que una parte importante de los demás problemas que aquejan a las urbes en crecimiento se deben a la negligencia con la que se tratan los roles ambientales de diversos ecosistemas de gran influencia sobre las ciudades. Esto quiere decir que en muchas ciudades, parte del problema ha sido ignorar la importancia de ciertos ríos, lagos, pantanos o pastizales, y cubrirlos con concreto para resolver la urgentísima demanda de vivienda y otra infraestructura que incluso para un alcalde bienintencionado resultaría más importante que la conservación de un pantano lleno de bichos, por ejemplo.

Una de las medidas más sencillas para contribuir a revertir esta situación es devolverle la importancia a las áreas verdes que ya no nos rodean, sino que persisten mal que bien entre nuestro omni-envolvente concreto. Las áreas verdes urbanas (UGS por sus siglas en inglés “Ullis” para los amigos) son una importante herramienta a través de la cual podemos hacer ciudades más resilientes. No se trata de simples jardines bonitos en los barrios más privilegiados, sino de espacios que pueden construir la diferencia frente a la adversidad climática y generar una considerable mejora en la calidad de vida de las personas. Brindando servicios ecosistémicos* como el retorno del agua de lluvia a las reservas subterráneas, o el enfriamiento del aire frente a temperaturas cálidas, las áreas verdes urbanas presentan posibles soluciones a problemas como la escasez de agua o el calentamiento urbano, además de contribuir positivamente a conservar la biodiversidad de áreas críticamente afectadas por la presencia humana. Además, permiten un mayor acercamiento entre los ciudadanos y la naturaleza – un vínculo cuya importancia para la salud es conocido, pero que no ha sido suficientemente promovido por la gestión pública.

Las áreas verdes urbanas no son un privilegio. Son alternativas de solución que hemos dejado de lado por concentrar nuestros esfuerzos en incrementar las áreas construidas, pero por su importancia deben volver a formar parte de la lista de prioridades de la gestión pública. Es necesario poner en valor sus efectos positivos sobre la calidad de vida en las y los ciudadanos.

* Los servicios ecosistémicos son los beneficios obtenidos a partir de el funcionamiento de un ecosistema. Por ejemplo, el mantenimiento de la temperatura producido por las lagunas, la producción de oxígeno generada por los bosques, o el control de la erosión en las riberas de los ríos por la presencia de las plantas adecuadas.