¡No! Los parásitos son una parte fundamental de todo ecosistema. Y, lamentablemente, son doblemente afectados por los problemas medioambientales. Descubre en este artículo la importancia y el peligro que corren nuestros pequeños e infravalorados amigos.

Parásito debajo del ojo de un pez. Imagen de Creative Commons

Los parásitos son organismos que viven a expensas de otros organismos, a los que llamaremos huéspedes. Contrario a la opinión popular, los parásitos no son una especie de animales, de bacterias o de cualquier otro ser viviente, sino que se trata de un estilo de vida. Existen muchas formas de parasitismo y muchas formas de catalogarlo. Una de ellas es por el lugar donde se establecen.

  • Ectoparasitismo: se encuentran en el exterior de su huésped. Se alimentan de lo que encuentran en su piel (o pelaje) y algunas veces de su sangre, como las garrapatas o los piojos.
  • Endoparasitismo: se encuentran en el interior del huésped. Su alimentación es muy variada y en algunos casos puede afectar fatalmente a su huésped, como las lombrices intestinales. No hay necesidad de ahondar en este último ejemplo.

Desgraciadamente, en la actualidad los parásitos son sumamente menospreciados y su importancia en la cadena alimenticia y en el ciclo de la vida es ignorada. Como menciona la ecologista de en parásitos, Skylar Hopkins, de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, los parásitos son doblemente afectados por el cambio climático, pues todo efecto negativo sobre sus huéspedes, repercute también en ellos: “Todas las especies que se te ocurran que estén en peligro de extinción tienen parásitos que dependen de ellas”, explica Hopkins.

A pesar de su gran vulnerabilidad ante los peligros medioambientales, poco o nada se realiza para proteger a estos seres vivos. Son relativamente pocos los biólogos interesados en aprender sobre parásitos más allá de los que afectan al ser humano, y aún menos están interesados en aprender cómo el ser humano los afecta a ellos. Por el contrario, casi toda la investigación relacionada a parásitos está dirigida a cómo matarlos.

Sé lo que estás pensando: “Pero los parásitos son malos porque  se alimentan de lo que no es suyo. Debilitan a otros seres vivos”. Este problema de imagen es el principal obstáculo en la defensa de los animales parasitarios. Para desmontar este mito, es necesario recordar la similar repulsión que los grandes depredadores sufrían hace algunas décadas. Así es, durante la primera mitad del siglo XX, se pensaba popularmente que los tigres, los tiburones, los coyotes, etc., eran peligrosos, pues atacaban a las personas, a otros animales y no había forma de detenerlos, pues estaban en la cima de la cadena alimenticia. Sin embargo, como podrás suponer, los tigres no son más que un eslabón más en la cadena alimenticia, y son tan necesarios e importantes como los gatitos que compartes en internet.

Imagen de Creative Commons

Es así que muchas veces nuestros valores occidentales pueden nublarnos de la complicada interacción entre animales. Entonces, ¿por qué condenamos a una garrapata por alimentarse de la sangre de un ciervo, pero no a un león por comerse al mismo ciervo? Tal vez si repasamos qué bien realizan los parásitos podremos reivindicarlos.

Todo es cuestión de perspectiva. Por ejemplo, si te digo que hay un hongo que debilita a las almejas y las desprende del suelo, podrías pensar que es un “hongo malo”, pero esos moluscos desprendidos del suelo son vitales en la dieta de aves que los recogen en la superficie y alimentan así a sus crías.

Otro ejemplo es el de los gusanos Nematomorfos, los cuales infectan a los grillos, y crecen en su interior alimentándose de ellos, hasta que estos enloquecen y los hacen saltar al agua (tranquilo, no afecta a humanos). Sin embargo, estos grillos sirven de alimento para los peces del agua a la que saltaron. Sin los Nematomorfos, estos peces nunca habrían disfrutado de esa deliciosa fuente de proteína.

Los parásitos han sido despreciados por el ser humano desde que tuvieron nombre, lo cual no sería tan preocupante de no ser porque el humano es el animal con mayor impacto en el planeta. Es por eso que debemos replantearnos nuestra relación con estos pequeños seres, pues su destino y nuestro destino dependen de que no dejemos de lado a ningún ser vivo en la preservación de la biodiversidad. Podrán no ser tan tiernos como un oso panda o tan alegres como un mono capuchino, pero su contribución al flujo de la cadena alimenticia es invaluable y, por ello, les debemos la vida.

Edición: Juan Diego Linares