Durante el mes de noviembre de este año, hemos tenido tres presidentes de la República diferentes; el actual hoy es Francisco Sagasti. En los días previos a su designación como presidente del Congreso, salieron a la luz diversos pasajes de vida. Uno de estos estuvo relacionado con su retención como rehén durante la toma de la embajada del Japón por parte del grupo terrorista MRTA. Con esto, volvió a discutirse el pedido de un autógrafo a los líderes de la operación. Si bien Sagasti ha aclarado que este autógrafo fue solicitado a manera de dejar constancia de lo ocurrido, ¿qué tan extraño sería que alguien en su posición llegara a sentir admiración por su secuestrador?

Síndrome de Estocolmo

A esta situación de admiración o cariño hacia nuestro secuestrador se le conoce como el síndrome de Estocolmo. El concepto fue utilizado por primera vez en 1973 por Nils Bejeron en el estudio acerca de la conducta de los rehenes durante la toma de un banco en Estocolmo, Suecia.

El secuestro ocurrió el 23 de agosto de 1973 cuando Erik Olson ingresó al Banco de Crédito de Estocolmo para robar. Luego de disparar a dos agentes, tomó a cuatro empleados como rehenes e inició negociaciones con las autoridades. Todo terminó seis días después con un operativo policial que terminó liberando a los rehenes. Una de las rehenes mostró simpatía y confianza hacia el secuestrador. Además, se ofreció para escapar junto con él, una reacción desconcertante a partir de la cual Bejeron, que asesoraba a la policía durante el operativo, acuñó el término de síndrome de Estocolmo.

Existen muchos cuestionamientos alrededor de esta teoría. Primero, se critica la falta de criterios para diagnosticarlo. Además, no se encuentra dentro de los manuales internacionales de clasificación de trastornos. Asimismo, la etiqueta del síndrome de Estocolmo se está usando en un rango de situaciones que distan cada vez más de la definición inicial. Es por esto y por la cantidad limitada de estudios acerca del tema que algunos profesionales dedicados a el tratamiento de traumas lo consideran una derivación del “estrés postraumático complejo”. Como tal, podría aplicarse no solo a un secuestro, sino también a otras situaciones traumáticas como abuso sexual, violencia de pareja, pertenencia a una secta, grupo terrorista o prisioneros de guerra.

A pesar de estas discrepancias, lo cierto es que estas respuestas existen y es importante investigarlas para poder comprenderlas. Andrés Montero, investigador de la Universidad Autónoma de Madrid, en sus publicaciones de 1999 y 2001 explica que este fenómeno funciona como un mecanismo de respuesta adaptativo ante situaciones de gran estrés y miedo. Durante estos eventos, el objetivo del cuerpo es mantener cierto equilibrio mental a pesar de saber que se encuentra indefenso a merced del secuestrador. Es a partir de esto que las víctimas son impulsadas a crear un vínculo de confianza o afecto como manera de ganar cierto control sobre la situación. Cuando este vínculo deja de ser un comportamiento fingido, sino que se manifiesta incluso fuera de la situación de peligro podemos identificar el fenómeno.

Asimismo, a través de un estudio desarrollado a partir de nueve rehenes con diferentes características, la psicóloga Dee Graham propone una “teoría universal de abuso interpersonal crónico”. Esta se divide en dos partes: el mismo síndrome de Estocolmo y la generalización del estímulo. La primera es lo conversado líneas arriba, mientras que la segunda parte refiere a cuando relacionamos algo vivido anteriormente con el secuestrador. Por ejemplo, si tu mamá cocinaba sopa cuando te sentías mal y, durante tu encierro, el secuestrador te da sopa de comer puedes relacionar ambas situaciones y comenzar a verlo como una acción bondadosa.

Finalmente, también encontramos el término síndrome de Lima, que se acuña a partir de la toma de la embajada del Japón en 1996 mencionada al inicio del artículo. Esta se da de manera opuesta al síndrome de Estocolmo, siendo los secuestradores quienes comienzan a sentir cierta empatía por los secuestrados, hasta el punto de liberar aun cuando esto los perjudique. En la cultura popular, dentro del cuento de la Bella y la Bestia, se cree que en realidad ocurría un síndrome de Lima, ya que Bella se mantuvo desafiante durante su secuestro mientras que fue la Bestia quien poco a poco fue cambiando su comportamiento hasta que llegó a liberarla para que vea a su papá. Si bien estos fenómenos pueden parecer aislados, podemos encontrar ciertas similitudes con respuestas a situaciones cotidianas donde terminamos defendiendo a quien nos hace daño #DejaAlTóxico.

Edición: Paolo Pró