“Wiñaypacha” es la primera película peruana de lengua aymara dirigida por el director puneño Óscar Catacora. Esta formidable obra, que marca un antes y un después en el cine peruano, sobrepasa los estándares que han caracterizado al llamado “cine regional” gracias al impecable sello del autor. Si bien la cinta no se puede ubicar propiamente dentro de un movimiento, puesto que se trata de una producción contemporánea, sigue cierta tendencia dentro del tratamiento audiovisual referida al slow cinema.

Oscar narra la historia de los últimos días de una pareja de ancianos, Willka y Phaxi, quienes viven en un recóndito lugar de los andes. Alejados de la civilización (y del contacto humano en general) se mantienen a la espera del retorno de su hijo, quien migró a la ciudad.

El término slow cinema se ha utilizado ampliamente para referirse a películas caracterizadas por un ritmo medido, una puesta en escena minimalista, de narraciones opacas, y una adhesión al long take como recurso estilístico autorreflexivo. Cabe recalcar que la posibilidad de realizar una película con estas características responde a los cambios tecnológicos propios del s. XXI que dieron paso al cine digital.

En este sentido, Wiñaypacha”, película que desarrolla la idea de la espera a través de la cotidianeidad, plasma la estética del cine de la lentitud como un lamento literario que mira con cierta melancolía y nostalgia el bien perdido (en este caso, el hijo y la juventud). Es por ello que el protagonismo está en las acciones y en los detalles atmosféricos, rasgos típicos del cine de autor, que se nutren de una composición sonora sobresaliente, planos amplios y un lente estático.

En contraste con el ritmo y el performance del mundo globalizado, en el que priman la hiperconexión y la instantaneidad, el film da cuenta de una realidad paralela que responde a una cosmovisión que elogia la presencia más allá del ser humano.

Esta visión del mundo es provista por la cinta en tanto la dimensión del encuadre reafirma y reestablece la relación entre las personas y el medio en el que se desenvuelven. A diferencia de la mirada occidental, la manifestación de la existencia se encuentra en la “Pachamama”, en la simbiosis con la naturaleza. Es por ello que también se puede hablar del dualismo existencial en donde la vida y la muerte conviven y se retratan en la relación de los protagonistas y su entorno.

Mientras los grandes planos intensifican la soledad de los personajes hasta hacerla palpable (en tanto la cámara se mantiene a cierta distancia para abarcar los cuerpos y su desplazamiento en el encuadre), acciones como el tejer un poncho dejan de estar en un plano netamente superficial. La idea de renovar la prenda viste los esfuerzos de Phaxi por vivir el día a día a la espera del reencuentro con su hijo.

De repente, el tiempo empieza a adquirir mayor notoriedad en tanto se torna agresivo y arrasa con la cotidianeidad de la pareja a punta de desgracias (la pérdida de gran parte del ganado, el incendio, la caja vacía de fósforos, etc.). El lado salvaje de lo natural parece socavar aquel costado solitario que asumen los protagonistas y que se convierte en una cuenta regresiva a merced de la circunstancia, del “mal tiempo”, ante la resignación del día a día.

En este sentido, la historia reside en la contemplación de lo que queda de la vida de Willka y Phaxi, ante una espera que se confina solo con la llegada de la muerte. En el ínterin, somos testigos de un ambiente de sonidos agrestes compuestos por el fuego, las tormentas y el viento, que nutren la aspereza de la desolación.

“Wiñaypacha” calza dentro del denominado cine de autor en tanto lo conceptual tiene una carga expresiva que corresponde a los intereses y la sensibilidad del autor por mostrar los dilemas y conflictos internos de los personajes que narran la presencia, la materialidad y la espera de la muerte.